Martín Caparrós

Sobre el autor

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) es escritor y periodista, premios Planeta, Herralde, Rey de España. Su libro más reciente es la novela Comí.

PamplinasMundial 22. Por suerte

Por: | 01 de julio de 2014

Pagaría –no sé qué pagaría– por saber qué tiene este pibe en la cabeza. En el segundo tiempo, apretado contra la raya por dos guardias suizos, decidió salir de ahí, desde un lugar de donde nadie sale. Saltó al primero, quebró al segundo, corrió hacia el área, eludió a un tercero, se la dejó a Palacio a ocho metros del arco –pero le rebotó. Pagaría –no sé qué pagaría– por saber qué pensó: ¿que Valdano o Burruchaga las metían? ¿Que su pase podría haber sido mejor? ¿Que la próxima vez la sigue él?

Messi debe sufrir; todos sufrimos. Ayer terminamos dando lástima. Cortando clavos. Pidiendo la escupidera. Rezando, santiguando, apretando el izquierdo. Y en el último segundo nos salvó la suerte, un palo, un rebote milagroso; Romero, helado, la miraba. Helada, la Argentina.

Pero antes habían pasado 120 minutos en que el patrón de los octavos se cumplió con creces: el equipo supuestamente superior solo consigue quebrar al inferior –que se defiende a ultranza y, de tanto en tanto, intenta algún ataque– en el final. Sucedió, con muy ligeras variaciones, en siete de ocho partidos.

A la Argentina le costó un Perú. Salvo 25 minutos del segundo tiempo, donde sí tuvo ritmo y movimiento, el equipo fue espeso, previsible, lento. La defensa era un hueco; Fernández, imposible; Mascherano sofocando incendios. Más arriba, la pelota no circulaba fácil, se trababa. Había arremetidas de Messi, sobre todo, y Di Maria, algún centro de Rojo; el resto, en las tinieblas.

Se diría que es una idea para otro campeonato. Está armado para aprovechar su contragolpe rápido pero enfrenta contrarios que se amontonan y lo esperan. No encontraba caminos; cuando el técnico hizo cambios fue peor. Basanta, un central, por Rojo, lesionado –porque no llevó otro marcador de punta. Biglia, un volante defensivo, por Gago –cuando había que organizar jugadas para llegar al gol.

Argentina sigue sin ser un conjunto –ni de lejos. Mejorará mucho el día en que por fin Messi se devuelva una pared, desborde, eche el centro y corra a cabecear. Mientras tanto depende de que Di Maria –que ahora es justo héroe, que equivocó cuatro de cada cinco intervenciones– pueda seguir corriendo más allá de la lógica.

Aunque ahora todo va a cambiar. El patrón de octavos no sirve para cuartos: se encontrarán equipos supuestamente equipotentes y no habrá –en principio– diez muchachos emboscados atrás. La Argentina tendrá más espacio para desarrollar algún juego, aunque siga sin tener quien lo arme. Pero tendrá, también, que soportar ataques más frecuentes con una defensa que no para a nadie. Quizás ahora sí empiece ese golpe por golpe que alguna vez previmos. Va a ser dramático; quizá, con mucha suerte, no sea trágico.

PamplinasMundial 21. El patrón de los octavos

Por: | 01 de julio de 2014

Uno, por suerte, se equivoca. Pensé que el Alemania-Argelia no valía la pena y estuve a punto de dejarlo pasar. Lo miré por deformación profesional, sin esperanzas; para ir viendo, si acaso, cómo los alemanes se irían convirtiendo en ese equipo intratable que suelen. Y terminé viendo el mejor partido del Mundial.

Tuvo todo: dos equipos lanzados, la máquina contra la voluntad, el ida y vuelta sin cuartel, los toques elegantes, la fuerza sin medida, ocasiones de goles y más goles, las salvadas, dos arqueros increíbles diferentes, un alemán acalambrado, el ramadán. Argelia jugaba uruguayo pero sin mordiscos; Alemania, como es lógico, jugaba alemán –y ninguno de los dos prevalecía. Hasta que un gol muy raro y la fatiga extrema de los musulmanes –que dijeron respetar su ayuno religioso de comida y agua– terminó definiéndolo como la lógica mandaba.

Fue dramático y único y fue, al mismo tiempo, el mejor ejemplo de estos octavos de final. Donde se acabó el juego alegre del principio, el record de goles, esas cosas. Donde el guión se repitió una y otra vez: un equipo “grande” –Alemania, Brasil, Holanda, Francia– que sufre frente a uno más chico que de un modo u otro lo domina o neutraliza, le maneja el partido, lo asusta hasta que por fin en un par de arrebatos el grande pone orden, mete el gol o los goles necesarios, gana. Es, decíamos ayer, el peso de la historia y es, también, la forma en que la diferencia se manifiesta en este fútbol: un equipo al límite aguanta mientras aguanta contra uno superior que sabe que lo es, tiene confianza, y termina por llevárselo. Pero, cada vez, con un susto importante.

En unas horas, Argentina tiene su partido de octavos –y el patrón podría repetirse. Ojalá no. No se sabe cómo jugará. Si fuera político, Alejandro Sabella sería un político democrático –o, dirían algunos, uno acomodaticio. Uno que tiene sus ideas pero es capaz de abandonarlas cuando queda claro que hay una mayoría importante que prefiere otras. Al principio quiso armar un equipo con cinco defensores, tres mediocampistas y dos delanteros y se resignó, frente a la aclamación popular y las quejas de sus muchachos, a jugar el 4-3-3 que todos le pedían. Ahora, cuando ese consenso se rompió por la lesión de Agüero, duda –o vuelve a sus ideas más conservas. Quizá sabe lo que quiere; no termina de dejarlo claro. Así que, con Lavezzi delantero o con Maxi volante, será una Argentina diferente la que tendrá que enfrentar, contra Suiza, el patrón de terror de los octavos.

El País

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