Sí, otra vez pagaría –no sé qué pagaría– por saber qué tiene este pibe en la cabeza. Está tan cerca: a un solo partido de distancia de conseguir lo que siempre soñó y culminar una de las mejores carreras de la historia. Tan cerca, pero el camino no parece el que había imaginado.
Pagaría –insisto, pagaría– por saber qué piensa. Si piensa que no se banca más que su equipo juegue un fútbol que lo mata, que lo deja solo contra tres o cuatro, que lo lleva a bajar tan lejos del lugar que le gusta –y recuerde, quizá, que en todo el partido contra Holanda no consiguió pisar el área ni una sola vez con la pelota dominada–, que lo obliga a apretar de tanto en tanto a algún contrario, que le importa menos hacer goles que evitarlos y que él, en ese esquema, es una guinda y le jodieron el Mundial y que de todas formas, así, se hizo la mitad de los goles del equipo y qué más quieren. O si piensa que qué le importa, que esta es la forma en que capaz ganamos y da igual lo que le pase si el equipo gana, si la Argentina gana, aunque sea jugando así, aunque el héroe sea el otro. O si piensa que está harto de sacrificarse por algo que nunca va a terminar de ser como él quería, que puede ser que incluso ganen pero él no va a poder hacer el Mundial que siempre había soñado solo porque al técnico se le ocurrió que hay que jugar así, carajo. O si piensa que, tal como anda ahora, cansado, agarrotado, mejor que parezca que el problema no es él sino el planteo, que ahí con eso zafa. O si piensa que para qué coño pensar en todas estas cosas, qué se va a poner a pensar si está a 90 minutos, 120 minutos de lo que siempre quiso, aunque no sea exactamente de la forma que lo quiso y qué garrón pero que bueno, al fin y al cabo.
Pagaría –sí, seguro pagaría– por saber si a veces piensa que sus compañeros habituales son tanto mejores que estos con los que tiene que jugarse el gran partido de su vida, que qué injusticia, que varios de estos en el Barsa no llegarían ni al banco, o si piensa que qué suerte poder compartir todo esto con estos pibes increíbles. O si piensa qué raro ponerse la cinta de capitán y sonreírle al juez cuando está claro que el que habla, el que manda no es él, o que qué bueno que a él, así, callado, igual lo respeten tanto que lo tienen que poner de capitán, o si no piensa en eso porque a quién le importa una cinta en el brazo.
Pagaría –cada vez más, en la reventa, pagaría– por saber si piensa en todo esto. O si lo único que piensa es que mañana es el día, que mañana tiene que hacer todo lo que viene haciendo desde los ocho años y que lo va hacer porque él es Messi y lo demás no importa nada y vamos todavía y ya van a ver todos estos que se creen que piensan, que no hacen más que hablar pavadas.