El pasado mes de julio falleció mi suegro Rafa, “Raspa” para los amigos. La semana siguiente a su muerte estuve pensando en escribir un artículo ensalzando su figura. Lo desestimé, ya que nunca me gustaron las alabanzas gratuitas que se hacen de los fallecidos nada más irse. Preferí darme un tiempo para asimilar su pérdida y poder escribir con tranquilidad y hacerle justicia sin caer en la alabanza vacía.
Podría parecer que no viene a cuento hablar de él en este blog, pero nada más lejos de la realidad. Mi suegro se nos fue tras una larga enfermedad, cáncer, que fue destrozándole poco a poco el cuerpo, pero no su espíritu de lucha y de ganas de vivir. Esa lucha, esas ganas de vivir a pesar de todo el sufrimiento por el que tuvo que pasar, me ayudaron muchísimo, entre otras cosas, a darme cuenta de que si mi hijo pudiera hablar, me transmitiría lo mismo que hacía su abuelo, esas ganas de vivir.