La derrota socialista viene gestándose desde hace al menos dos años y no hay campaña electoral que pueda alterar unas capas tectónicas tan sólidamente sedimentadas. Zapatero consolidó su victoria de 2008 en el segundo debate con Rajoy, el 3 de marzo, pero visto retrospectivamente allí empezó a incubarse el naufragio al que se encamina su partido. La crisis que ya empezaba a aflorar (el hundimiento del banco Bear Stearns data de ese mes) no pasaba de ser en su discurso una simple desaceleración, lo que le hizo prometer que esta legislatura sería la del pleno empleo, con la creación de dos millones de puestos de trabajo. Un paro desbocado abriría después una enorme vía de agua que traspasó votos a chorro al PP, fenómeno que se aceleró cuando tuvo que cambiar su obsoleta carta de navegación por la que le fijaron desde Bruselas. Nada tiene de extraño que la fidelidad de los votantes socialistas haya caído por debajo del 50%. El pasaje se ha amotinado contra el capitán y no está dispuesto a que le sustituya su primer oficial. Exige una tripulación nueva.