Hay que remontarse a 1982 para encontrar encuestas tan decantadas a favor de uno de los candidatos. España salía del trauma de un golpe de Estado y el partido gobernante había saltado en pedazos. Felipe González fue capaz de crear una esperanza colectiva en torno a un proyecto modernizador con tintes regeneracionistas. También entonces la oposición apelaba al lema del cambio. Rajoy se impone hoy en los sondeos con similar contundencia, pero la ilusión que genera más allá de la familia nada tiene de inenarrable. Al inicio de la campaña solo inspiraba confianza a un escaso 30% de los electores aunque más de un 45% se mostrara dispuesto a votarle.