Recesión, transformaciones estructurales como la desindustrialización y la deslocalización, cambio de roles de género e incluso de clases, esos obreros en su día aupados a una cierta clase media convertidos ahora en parias por la crisis; por no hablar de la llegada masiva de inmigrantes: la globalidad del mundo en movimiento. Hay un montón de factores que explican, según los expertos, el surgimiento en Europa de variados populismos, ese imán de excluidos, pero dos serían privativos de Grecia: el colapso del sistema político tradicional y el fermento del nacionalismo azuzado por la iglesia o el Estado, que en este país se solapan. Todo por cortesía de la troika...
Tras el partido Aurora Dorada (AD) hay más de 500.000 personas –no todas necesariamente neonazis-, medio millón de votos que en democracia son tan respetables como el puñado que logró Antarsya (izquierda revolucionaria, sin representación parlamentaria) o los muchísimos más (1.650.000, el 27% del total) que respaldan a Syriza como principal grupo de oposición en la Cámara. Respetables mientras no se llegue al insulto, al acoso y menos aún a la violencia física, reprobable venga de donde venga. Por desgracia, hay ejemplos de sobra de estos desmanes.
Viene todo ello a colación por la demostración de fuerza de AD en Atenas el sábado pasado, tras unos cuantos meses voluntariamente tácita. Las huestes de Nikos Mijaloliakos, en prisión preventiva desde finales de septiembre como líder de una “organización criminal”, conmemoraron masivamente los sucesos de Imia, un disputado islote en el Egeo, que se saldaron con la muerte de tres oficiales de la Armada y que llevaron a Grecia y Turquía al borde de la guerra en 1996. AD ha venido celebrando la efeméride cada año, pero la repercusión de su éxito electoral, y sobre todo la ofensiva judicial contra el partido, hacían presagiar en cualquier momento un do de pecho.
Así fue. Aurora Dorada cambiará de nombre para sortear la hipotética prohibición o ilegalización por el Estado –un arduo proceso legal que podría demorarse meses- y presentarse a la doble convocatoria electoral de mayo: elecciones locales y al Parlamento Europeo, una piedra de toque para comprobar el verdadero apoyo de que goza la formación (un 10%, según la mayoría de las encuestas, tres puntos más que en 2012). Ilias Kasiadiaris, portavoz de AD y candidato a la alcaldía de Atenas –en libertad con cargos tras ser detenido en la macrorredada de septiembre-, anunció el sábado que Aurora Dorada (Χρυσή Αυγή) pasaría a llamarse Aurora Nacional (Εθνική Αυγή) como marca electoral “nacionalista griega”, un partido “limpio”, de gente “no implicada en bandas criminales, sin antecedentes penales; un partido sin asesinos”, dijo irónicamente a unos 3.000 simpatizantes que, brazo en alto, pseudouniformes negros y cascos de moto o verdugos embozados –¿por qué taparse el rostro en democracia, eh?- se juntaron el sábado en el centro de Atenas.
(A prudencial –y policial- distancia, una contramanifestación antifascista que terminó con un hombre en el hospital tras los enfrentamientos. El rifirrafe, por cierto, dejó en Atenas imágenes de estado de sitio: estaciones de metro tomadas al asalto por la policía, cargas de gases lacrimógenos, destrozos.)
Con un tercio de sus diputados (18) entre rejas, incluido el Führer Mijaloliakos, y el favor popular en aumento, AD se ha permitido últimamente exhibir músculo, como por ejemplo pidiendo la recusación de las dos jueces instructoras del proceso contra el partido por organización criminal e implicación en el asesinato del rapero y activista antifascista Pavlos Fisas. Desde la ofensiva, al margen de retirarle financiación pública y despojar de inmunidad a seis de sus diputados, nada más se ha hecho para poner coto a sus excesos; nunca más se supo, por ejemplo, de la proyectada ley contra la violencia racista, frenada por la gubernamental Nueva Democracia para evitar una sangría de votos por su derecha (es decir, hacia AD) y motivo de disputa con Dimar, hasta junio socio del gobierno tripartito.
En la cobertura de las elecciones de 2012 tuve oportunidad de hablar con muchos votantes potenciales de AD. Algunos de ellos conocedores del ideario, otros más desorientados ideológicamente, pero todos ellos privados del mínimo sustento y pasto de un miedo cerval. En el comedor social de la calle Sófocles, en Atenas, donde cada día reciben asistencia cientos de personas, desempleados y jubilados en su mayoría, Apóstolos, extrabajador de unos astilleros, exvotante comunista, parado sin subsidio, adelantaba su intención de voto. “Mira todo lo que nos rodea. Albaneses, chinos, árabes, negros con sus businesses; y nosotros pidiendo en la calle, cuando no víctimas de las mafias extranjeras. Pero me da igual una Grecia blanca y ortodoxa; yo lo que quiero es comer”. Hablar de crisis en Grecia hace tiempo que se queda corto; es una descomposición en toda regla. Una gangrena.
Pies de foto:
Conmemoración de los sucesos de Imia, 1 de febrero, Atenas.
1. Yannis Kolesidis (AP). 2 y 3. Milos Bicanski (Getty Images).