Un paseo junto a la Ópera House
No importa lo típico que sea. Si solo tuvieses un par de horas para pisar Sídney, no habría duda de qué visitar. Salvo algún entusiasta especializado, que quizá eligiese el renombrado museo de las enfermedades humanas, todos los demás se quedarían con pasear junto a la Ópera, con el skyline de la ciudad y el imponente Harbour Bridge ejerciendo de marco perfecto. Siempre hay un concierto, una exposición o un espectáculo de danza al que asistir. Este centro de espectáculos se inauguró hace más de 40 años y aún reivindica su espacio como uno de los edificios más reconocibles del mundo.
Sídney se bebe en los callejones
¿Cómo diferenciarse en un mundo que prueba todos los trucos posibles para llamar la atención, de relaciones públicas, flyers y neones? Hay bares de Sídney que han encontrado la respuesta: esconderse en callejones del centro de la ciudad, disimular sus entradas para que parezcan la puerta por la que salen las toallas sucias de un hotel y esperar a que corra el boca a boca, que los clientes cuenten que en tal callejuela hay un bar ambientado en los años 20 (Palmer & Co). Que el camarero debe subirse a una escalera de mano para alcanzar las botellas de licor (Baxter Inn) o que sirven una Piña Colada con nitrógeno líquido (The Roosevelt). Nunca bajarías a esos sótanos sin que alguien de confianza te lo aconseje, pero ahí comienza la diversión.
El Real Jardín Botánico y el jardín secreto de Wendy Whiteley
Un jardín urbano cuidado hasta el más mínimo detalle, cercado a un lado por el mar y que, en uno de sus extremos, ofrece el mejor ángulo para fotografiar la puesta de sol entre la Ópera de Sídney y Harbour Bridge. Visitar el Real Jardín Botánico de Sídney es gratuito, por él buscan sustento cacatúas de día, murciélagos de noche y un montón más de aves y mamíferos. Además, entre sus plantas se descubren estatuas que van de lo clásico a lo postmoderno, de leones a sátiros de la mitología griega. Al otro lado de la bahía le planta cara el jardín secreto de Wendy Whiteley, un espacio reconvertido por esta artista australiana: de un basurero junto a las vías del tren que salen del centro de la ciudad se ha convertido en un lugar florecido, con bancos para relajarse y esculturas diseminadas.
Loa mercadillos de fin de semana
Los sábados y domingos son día de mercadillo en Sídney. Aunque el concepto de mercadillo sea un tanto diferente del que tenemos en mente. Hay ropa de marca, productos del mundo y comida gourmet. Libros usados, ropa de segunda mano y juguetes. Hay decenas de ellos, desde los que se montan relajados entre musíca en patios de colegio (Glebe), más estirados en iglesias (Paddington), a aquellos diarios en los que los dependientes asiáticos avasallan con souvenirs (Paddy's).
Los ibis blancos australianos
Quizá sea una tontería, pero sentarte en una alfombra de césped rodeada de rascacielos a la hora del lunch de los ejecutivos y que al menor descuido veas como un ibis blanco australiano les roba el sándwich es algo que no te esperas antes de caminar por Sídney. Damos por hecho las gaviotas, palomas y gorriones. Pero que en una capital de cinco millones de habitantes viva tal cantidad de estas aves que pesan más de dos kilos, tienen picos de 15 centímetros y no muestran ningún miedo hacia las personas resulta tan cómico como si hubiese gallinas salvajes en el Retiro de Madrid.
Cuando los edificios públicos se iluminan
Es una celebración que solo dura un par de semanas entre mayo y junio, pero hace chispear el otoño de la ciudad. Porque en muchos de los edificios públicos se proyectan imágenes de colores. Claro, de nuevo la joya de la corona es la Ópera, que desde las seis de la tarde hasta la media noche convierte sus "velas" en tocadiscos, pieles de cebra y todo tipo de motivos geométricos. Todos los museos muestras animaciones en sus fachadas y los sydneysiders salen a la calle a contemplar el consumo energético que convierte sus edificios emblemáticos en pantallas de televisión.
La mayor pantalla de cine del mundo.
Este es uno de esos récords que no duran mucho a quien lo ostenta, pero ahora mismo se queda en el Imax de la capital australiana. Imagínate una pantalla de 35 x 29 metros, medidas que se anuncian como parecidas a un edificio de ocho plantas. Tan grande que casi no eres capaz de ver toda la pantalla de una vez. Queda en Cockle Bay, una caótica zona portuaria cerca de la Ópera, y lo mejor de todo es que en la oficina de información turística que hay al lado regalan vales descuento de 2x1.