Las piernas bailan en primera fila. Tiembla una veintena de adolescentes, y el movimiento frenético y rítmico de sus pies —arriba, abajo, arriba, abajo— se intensifica al comenzar la presentación. Están a punto de exponerse ante dos centenares de chavales, los ruteros, que han tenido una vida más fácil que la de ellos, que no saben lo que es un síndrome de abstinencia, ni robar para conseguir una dosis. Están a punto de subirse a un escenario y contar qué se siente cuando, siendo solo un niño, se está enganchado a las drogas. De explicar cómo es su día a día en el centro de atención a fármacodependientes de Campeche, al oeste del Yucatán, el único del país para menores de edad que está subvencionado íntegramente por el Gobierno de Enrique Peña Nieto. Son cinco chicas y 15 chicos que luchan contra su adicción al alcohol, a la marihuana, a la cocaína, al crack, a los inhalantes, al diazepam... Los mayores tienen 17. El menor, tan solo 13.