El chicle fue un descubrimiento maya. En la época prehispánica lo conocían como sicté ya'. Lo utilizaban en ceremonias, para limpiar la dentadura, producir saliva o mitigar la sed. Entonces no sabía a nada. En el siglo XIX, Thomas Adams, un traductor que acompañaba al Ejército mexicano, se dio cuenta de que los soldados mascaban una goma insípida. Decidió echarle azúcar y la comercializó. Ahora se consume por su sabor. No tiene una función específica, pero se venden miles de toneladas al año. La mayor parte de ellas tienen origen sintético y proceden de productos derivados del petróleo. En el Yucatán son prácticamente una excepción. Aquí tienen el único chicle orgánico del mundo, explica orgulloso Gerardo A. Ramírez, gerente del Consorcio Chiclero, que aglutina a 2.000 socios que se juegan la vida por subir a los árboles y extraer la resina con la que se elabora el chicle.