Siempre he sentido prejuicios ante las etiquetas y he desconfiado de las modas. Consecuentemente, me costó esfuerzo acercarme a aquel género llamado Nuevo Periodismo que aparecía en todas las conversaciones pretendidamente ilustradas de gente culta y sofisticada. Pero aquello no respondía a un invento pasajero ni a la estratégica y abusiva promoción de una adornada y rompedora oquedad. Leías a Tom Wolfe, ese individuo tan preocupado por su apariencia (ay, sus impolutos y blancos trajecitos) y te deslumbraba su afilada y penetrante inteligencia, su elegante estilo, su mordacidad de primera clase.